ANSIEDAD, ESA
“AMIGA” INSEPARABLE
¿Qué es la ansiedad?
Os preguntaba en estos días. Podemos
encontrar muchas respuestas y maneras de sentir esta sensación, por
ejemplo:
Estas cosas tan
cotidianas, que a todo el mundo alguna vez nos pasa, no dejan de ser síntomas de
ansiedad.
Pero la gran pregunta es: ¿La ansiedad es siempre mala?
La respuesta es NO.
Vamos a ver la diferencia entre la ansiedad
normal y la ansiedad que no lo es.
ANSIEDAD
NORMAL
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ANSIEDAD ANORMAL O
PATOLÓGICA
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Reacción normal y adaptativa
de nuestro cerebro
a las demandas del ambiente que nos rodea, ante el peligro, el estrés
y la incertidumbre.
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Nuestro cerebro
sigue interpretando las señales del ambiente y las señales internas como
amenazantes o no seguras a pesar
de que ese estímulo no es peligroso o no está presente en ese momento.
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Puntual o de corta duración y de poca intensidad
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Mantenida en el
tiempo y de una intensidad moderada o fuerte. Se cronifica
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No genera problemas a largo plazo
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Puede interferir
en la vida cotidiana, generar una excesiva preocupación, sensación alerta la mayor parte del tiempo y ser la base de trastornos de ansiedad como las
fobias, los ataques de pánico, ansiedad generalizada, etc.
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Sirve para solucionar un problema o afrontar de manera efectiva una
situación determinada
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No sirve para
afrontar de manera adecuada una situación, al contrario, nos dificulta lograr
nuestros objetivos y disminuye nuestro bienestar.
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Las personas percibimos al mundo y a nosotros mismos a través de nuestros sentidos. Los estímulos, ya sean externos o internos, llegan a nuestro cerebro que interpreta la información y da órdenes para preparar al cuerpo para la acción. Si la interpretación es positiva, el cerebro se queda tranquilo o genera sensaciones positivas y todo fenomenal.
¿Pero si la interpretación es negativa?
El cerebro
capta la señal de peligro y miedo y se prepara para defendernos generando
sustancias que disponen al cuerpo para ello: aumentando la atención y la
alerta, tensando la musculatura que puede ser necesaria para huir, acelerando el
corazón para que bombee más sangre a esos músculos que ahora la necesitan más,
entre otras reacciones, que nos
preparan para enfrentar el peligro.
Imaginaos que vamos paseando y nos encontramos a un lobo. ¿Cómo reaccionaríamos? ¿Cómo estaría nuestro cuerpo ante semejante peligro?
Pues esa es la ansiedad saludable que prepara al cuerpo ante
un peligro real y puntual. También la ansiedad normal del día a día ante los
retos nuevos, ante algo desconocido, o a enfrentarnos a algo desagradable para
nosotros…nos pone a punto para afrontar el día a día de una manera más efectiva.
Por eso es normal que acabemos agotados después de un día con mucha exigencia
exterior e interior.
Las experiencias altamente estresantes en nuestra vida, a veces, se congelan en la memoria de nuestro cerebro y para él es como si viviéramos en una constante situación de peligro y de alerta a nivel inconsciente, con lo que nuestro cuerpo se queda más o menos activado de manera continua, incluso no siendo capaces de permanecer tranquilos sin hacer nada que nos distraiga.
Y cuando esta ansiedad, que en principio es normal y adaptativa, se
prolonga en el tiempo, el cuerpo resiste, pero al final se agota y notamos
todas estas sensaciones que describíamos al principio:
Falta de concentración y
memoria
Alteración del sueño
Falta de aire
Sensación de intranquilidad
Dolores musculares y de cabeza
Muchas veces nos acostumbramos a estas sensaciones y no le damos la debida importancia, pero la ansiedad sostenida en el tiempo es perjudicial para nosotros y puede ser la base para otro tipo de trastornos como la depresión o los ataques de pánico, dolores en distintas partes del cuerpo u otras afecciones físicas.
Por eso, es importante afrontar los
efectos de la ansiedad, aprender a bajar esa activación del cuerpo mediante
diferentes técnicas o contar con la ayuda de un profesional de la psicología
que nos ayude a colocar bien la información en nuestro cerebro para que los
efectos de la ansiedad prolongada sean lo más mínimos posibles.